domingo, 30 de mayo de 2010

Lealtades varias

Alzaros una y otra vez, hasta que los corderos se conviertan en leones (Robin Hood)


Cuando me alejo de la dirección que encabeza estas palabras, últimamente me pierdo un poco. Es como que las cosas no están donde las dejé; de hecho, hay cosas que ya ni están allí. Como si ya no fuese mi sitio. Todo cambia pero todo sigue igual. Y, a veces, es jodido aceptarlo, que esto sigue, que nada ni nadie se ha parado, que las calles donde antes había alguien esperando ahora están vacías...

Pero luego hay días en los que se crea una burbuja y todo alrededor da igual. En un primer momento a lo mejor no te das cuentas. Te lo tomas como una "noche de colegas" más. Pero hay algo que ha cambiado, no sólo por el anuncio, por saber que en unos meses sí habrá algo que ya no se moverá; sino por la complicidad, por constatar que podemos seguir poniéndonos igual de moñas y comprobar que lo que separa la distancia lo acerca un abrazo.

Entonces recuperas el concepto de la lealtad y vuelves a valorarla y a apreciarla cuando desaparece, cuando no la encuentras donde pensabas que estaría. El gran Máximo sabía que allí donde estuviesen sus tropas le serían fieles. Pero no siempre es así, ahora crecen los disidentes de la lealtad, incluso antes de darte la puñalada, ya intuyes que no va a terminar bien.

Pero sabes, tronco, da igual. Quizá no hace falta un ejército. Quizá sea suficiente con un par de escuderos, aunque estén en otra ciudad, incluso en otro país, o cruzando el pasillo. Lo curioso es que cuando una semana empieza con el viento soplando a favor, luego pasan cosas curiosas, como conocer a una vecina y que no te importe ver una peli mala porque lo bonito del cine sigue siendo compartirlo e incluso... bueno, incluso te animas y compras un par de baberos, para una cena sin vino ni queso, pero rica, rica.

martes, 18 de mayo de 2010

La radio de la cocina

"Gracias por elegir la radio" (Paco González)

Está encima del frigo, enchufada a un enchufe sin mucho sentido que está en medio de la pared, justo de frente según entras en la cocina, a la altura perfecta para encenderla con un mero acto reflejo. Es la radio de la cocina, siempre lo ha sido, desde Neptuno 22 hasta Alonso de Tejada 17, pasando por aquél piso frente al Acueducto. Siempre en la cocina. Es negra, pequeña y solo tiene dos ruedecitas, para subir el volumen y sintonizar la emisora. Es uno de esos objetos que terminan siendo parte de ti, de tu pequeña intrahistoria y, además, en mi caso, de esos que terminas por apropiarte y llevarte contigo.

Con ese aparato aprendí que me apasiona la radio. Hace años empecé a escucharla a todas horas. Por la mañana a las hormigas de No Somos Nadie y a Iñaki Gabilondo cuando tenía clase por la tarde, después Hora 14 mientras ponía la mesa para comer y a Gemma Nierga y su ventana durante toda la tarde. Pero había dos programas a los que era especialmente fiel: Hora 25 con Carlos Llamas, la voz de mis cenas durante años, a José Ramón de la Morena y su Larguero y el Carrusel Deportivo dirigido por Paco González.

Ahora la radio de la cocina está un poco más huérfana, cada vez la uso menos. Las hormigas pasaron a la tele y perdieron la esencia y a Gabilondo lo han ido arrinconando poco a poco. Las sustituciones han sido un quiero y no puedo, que hacen que termine por poner música.

Carlos Llamas se murió y mis cenas quedaron en silencio y así siguen y seguirán.

El Carrusel Deportivo era una manera de pasar las tardes del fin de semana, de hacer tiempo antes de salir y de conseguir energía para limpiar, la habitación antes, el piso ahora.

Pero ahora Paco González no está. Tensiones con los jefes, discrepancias... me da igual. Al final, son más horas de silencio para los que encontrábamos una cálida sonrisa durante horas de radio.

Y mientras tanto, la radio sobre el frigorífico espera recuperar aquellos días en los que terminaba cansada de transmitir tantas voces...

miércoles, 5 de mayo de 2010

A orillas del lago

Hay un chorro de agua inmenso, a orillas del lago, en Ginebra. Fascinante. No recuerdo la altura que tiene, pero sí que la primera vez que estuve allí nos costó varios intentos verlo en funcionamiento por el viento... Ahora ya voy con la confianza y la seguridad de que no es necesario hacer turismo que podemos ir, simplemente, a hacer una mudanza, como si vivieses más cerca. Allí uno sale a dar una vuelta y termina en el Gold and Platinum que parece el paraiso. Entonces los recuerdos se disitan, se va la rabia y un poco de la lástima y, aunque no sea tan bonito como un viaje a cuatro, nos basta y nos sobra así. Y eso es muy grande.

Y vuelves y vienen las consecuencias, la tos, la fiebre, el cansancio... pero vuelve a sonar el One Step Closer y las palabras salen ordenadas, una detrás de otra, aunque sea quitándole minutos al descanso, apurando los últimos segundos del día.

Uno sabe que está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única en el mundo. Lo decía Borges y cuánta razón tenía. Llevándolo a lo terrenal, uno se da cuenta de que está asimilado en un lugar, en una ciudad, en un piso, cuando al entrar siente que está en su hogar, en su pequeño rincón donde guarecerte del frío en los días que te pillan solo con una chaquetilla como este. Aquí tengo uno así. Allí has diseñado otro. Y eso es un lujo que hay que saber valorar. Por eso seguimos a la distancia de un abrazo.