miércoles, 5 de mayo de 2010

A orillas del lago

Hay un chorro de agua inmenso, a orillas del lago, en Ginebra. Fascinante. No recuerdo la altura que tiene, pero sí que la primera vez que estuve allí nos costó varios intentos verlo en funcionamiento por el viento... Ahora ya voy con la confianza y la seguridad de que no es necesario hacer turismo que podemos ir, simplemente, a hacer una mudanza, como si vivieses más cerca. Allí uno sale a dar una vuelta y termina en el Gold and Platinum que parece el paraiso. Entonces los recuerdos se disitan, se va la rabia y un poco de la lástima y, aunque no sea tan bonito como un viaje a cuatro, nos basta y nos sobra así. Y eso es muy grande.

Y vuelves y vienen las consecuencias, la tos, la fiebre, el cansancio... pero vuelve a sonar el One Step Closer y las palabras salen ordenadas, una detrás de otra, aunque sea quitándole minutos al descanso, apurando los últimos segundos del día.

Uno sabe que está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única en el mundo. Lo decía Borges y cuánta razón tenía. Llevándolo a lo terrenal, uno se da cuenta de que está asimilado en un lugar, en una ciudad, en un piso, cuando al entrar siente que está en su hogar, en su pequeño rincón donde guarecerte del frío en los días que te pillan solo con una chaquetilla como este. Aquí tengo uno así. Allí has diseñado otro. Y eso es un lujo que hay que saber valorar. Por eso seguimos a la distancia de un abrazo.

1 comentario:

  1. Tienes tanta razón amigo, que aunque no fue para nosotros ese pensar en un amor, en un hogar, en una distancia -cercana- y un abrazo yo lo sentí como para mi o como de mí hacia vos.
    Abrazo

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