"Si lo sé no meto el gol" (Andrés Iniesta)
He leído bastantes artículos estos dos últimos días sobre la victoria en la Copa del Mundo y creo que lo que más me ha sorprendido es la facilidad con la que empezaban esos análisis, como si las palabras saliesen directamente. Creo que me sorprende por la dificultad que he sentido en estas horas para arrancar a escribir algo, para encontrar las palabras con las que empezar un relato emotivo sobre tantas sensaciones entremezcladas.
La cita de Iniesta es de la recepción en La Moncloa, cuando tuvo que hablar al oír su nombre coreado. Me resultó sintomático de lo majete que es este chaval, que tiene un año más que yo, y el espíritu de un grupo con el que se puede identificar cualquiera que alguna vez haya formado parte de un equipo. El tio es de Fuentealbilla, un pueblo de Albacete que esos que suenan a que han estado ahí desde el principio de los tiempos, hay algo más español que alguien de Fuentealbilla? Nos ha dado el mundial un tio bajito, calvo y feucho, con eso también se puede identificar cualquier español.
El domingo fue el día en el que los violines vencieron a los tambores, las flautas ensordecieron a los trombones y el fútbol de toque superó las patadas y logró que emergiera en mi el chavalín de doce años que jugaba al fútbol en campos de tierra. Luego me cansé de perder jugando al fútbol y descubrí que había un tio que se llama Michael Jordan y... en septiembre de 2006 estaba en el sofá del salón de Javi viendo como once chavales (Gasol tampoco jugó ese día) dieron un recital ante Grecia y ganaron el Mundial.
Ahora me parece que fue en otra vida aquél partido de baloncesto, me enamoré un poquito más quizá por poder compartir eso, por generar recuerdos y lugares comunes. Saber lo mucho que lo disfruté por sentirme parte de esa familia del baloncesto, por albergar a un jugador frustrado y a un entrenador en potencia; así que ahora me alegro de toda esa gente que desde el respeto y la sencillez ha defendido el fútbol "simplemente como un juego" que decía Benedetti.
Dos años después seguimos jugando finales de baloncesto mientras que el fútbol se unía a la lista de deportes colectivos que ya habían triunfado a nivel internacional con la victoria en la Eurocopa. Aquél partido lo viví en una cola en el aeropuerto de Barajas mientras nos aplazaban el vuelo a Buenos Aires y me enamoraba un poco más en algún lugar muy lejano de mis emociones. Vi el partido repetido en Argentina y sentí lo que puede reconfortar el deporte en la distancia.
Y ahora supongo que se pueden relatar miles de detalles de este Mundial, Mandela en la grada contemplando a unos futbolistas que no saben cuándo salió de la cárcel ni el tiempo que estuvo y un Paco González que fue relegado a vivir desde el sofá el Mundial pero que gracias a un amigo pudo contar el gol más importante de la historia de este deporte en este país.
Un gran amigo me recuerda, con razón, que todo esto tiene un punto de pan y circo que decían los romanos. Pensándolo bien, ahora sería algo así como cerveza y fútbol. Y quizá es excesivo, y quizá no es para tanto, y puede sea desproporcionado que salga tanta gente a la calle a celebrarlo, y que a lo mejor está sobre dimensionado y exagerado y es muy fácil y oportunista tachar a una sociedad de embrutecida por gritar al unísono ante un chaval que le pega una patada a una pelota. Pero qué cojones! Esto va por la nariz que le rompieron a Luis Enrique en el 94, por el gol que se comió Zubizarreta en el 98, por el penalti que Raúl mandó a la luna, por el egipcio que nos robó en Corea, por todo eso que nos contaron de que llevábamos el ser perdedores casi en la genética... Y todo lo ha volteado un chaval que tiene un año más que yo y que nació en un pueblo de Albacete. A veces me pregunto cómo puede uno contribuir a la felicidad colectiva para acercarnos a algo así...
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