viernes, 9 de abril de 2010

Desde mi manillar


Antes desde mi manillar veía esto. Hasta hace como año y medio. En los tiempos en los que Valladolid tenía mar y la bici se convertía en una barca en la que surcar el océano, cuando las crónicas las hacíamos nosotros. Ahora Zamora es como un pequeño estanque, tranquilo, sin oleaje, y parece que ha pasado tanto tiempo...

A pedaladas la ciudad se recorre con suavidad, cuidando el medio ambiente y ahorrando tiempo a las prisas. En bici uno siente que hace música sobre la partitura del asfalto; que intenta orquestar el ruido de la moto con el humo del coche y el movimiento intimidatorio del autobús. En los pasos de cebra se hace el silencio para que los peatones continúen su melodía.

Sobre ruedas las ilusiones despegan y vuelan hasta convertirse en sueños muy cerca de un cielo sin humos. Cuando dos personas en bicicleta se cruzan en un carril bici, los manillares se sonríen instintivamente.

Es pequeña, roja y gris, plegable y, sobre todo, es lo primero que se ve en el piso al entrar. Plantada con elegancia sobre la diminuta pata de cabra y bajo una inmensa estrella de papel, da la bienvenida y genera la primera mirada de asombro en aquél que se anima a entrar en Alonso de Tejada, 17.

Creeme que engaña, parece que no cuesta pero hay que pedalear como en cualquier otra y te puedes llegar a caer. Pero lo mejor es cómo se adapta, es casi camaleónica. Entra con facilidad en el maletero del coche, en el ascensor o en una caja para llevarla en el autobús. No sé si será el futuro, no sé si me terminarás acompañando en este viaje sobre ruedas, pero, de momento, es el presente y siempre es agradable cuando algo supera las expectativas.

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